A la edad
de 14 años descubrí que estaba perdiendo pelo aceleradamente. Cada vez que me
peinaba una considerable cantidad de cabello se quedaba atascada entre los
dientes del peine y al mirar sobre mis hombros notaba que numerosas hebras
yacían sobre ellos. A ese ritmo de pérdida, según estimé en ese momento, me
quedaría calvo en más o menos diez años.
Siendo niño
había consultado a mi madre sobre la posibilidad de quedarme calvo en el futuro,
como lo era mi padre. Ella era una persona que sabía balancear el optimismo con
la realidad, por lo cual me dejó claro que yo heredaba la calvicie por vía
materna y paterna, pero también me consoló asegurándome que en el futuro
existiría una cura eficaz para la calvicie masculina. Su pronóstico
eventualmente resultaría parcialmente acertado puesto que, aunque hoy en día
existen algunos métodos que tienen un cierto grado de efectividad en el
tratamiento de la calvicie masculina, la misma aún no se puede considerar
totalmente erradicada.
La idea de
quedarme calvo me resultaba aterradora. En esos tiempos no estaba de moda el
“bald look”, por lo cual no era atractivo en lo absoluto carecer de pelo en la
cabeza y a la vez te exponía a las más crueles burlas de las personas que te rodeaban.
Solo había unas pocas calvas celebradas, tales como la del actor Telly Savalas,
quien encarnó al teniente Kojak en la serie televisiva del mismo nombre, y la
del también actor Yul Brynner, quien hiciera el papel de Ramsés II en la
película “Los Diez Mandamientos”.
Entendiendo
que me quedaría calvo en plena flor de mi juventud, pronostiqué también que
esto repercutiría negativamente en mi vida amorosa, pues me haría poco
atractivo y consecuentemente inelegible por chica alguna. Consumí una ingente
cantidad de energías mentales preocupándome por mi futura calvicie.
Recuerdo
que, a la edad de 24 años, mientras laboraba en una escuela de idiomas como
profesor de inglés, tuve un alumno de esa misma edad que ya estaba calvo,
mientras yo aún tenía todo mi cabello encima. Al compararme con él me di cuenta
de que mi pronóstico fatalista de cuando tenía 14 felizmente había resultado
equivocado.
Me sometí
también a un par de costosos tratamientos que prometían eliminar la calvicie y
probé diferentes tipos de champús tales como de jojoba, ajo y con minoxidil. No
obstante, a mis medianos treinta, la calvicie comenzó a declararse inexorable
sobre mi cabeza con unas entradas a ambos lados cada vez más pronunciadas y un
pelo cada vez más escaso en la coronilla. Para ese entonces ya tenía más de una
década felizmente casado y había engendrados tres varones.
Hoy en día,
a mis cincuenta, apenas me queda un escaso pelo que forma una especie de
herradura que va de sien a sien cubriendo la nuca. Sin embargo, no solo he
aprendido a aceptar mi calvicie, sino también a apreciarla, al haber
descubierto en carne propia algunos de sus beneficios, los cuales cito a
continuación:
1-Sientes
menos calor en la cabeza durante el verano.
2-El champú
te rinde por meses.
3-Pagas
menos por un corte.
4-No necesitas
peine o cepillo.
5-La brisa
no te alborota el pelo.
6-No te
preocupa el mojarte la cabeza cuando llueve.
7-No
necesitas secador de pelo.
8-No te
preocupan la caspa ni los piojos.
9-El “bald
look” te resulta fácil y está a la moda.
10-Le
facilitas las cosas a Dios a la luz del siguiente verso de la Biblia:
“Pues aún vuestros cabellos están todos
contados.” (Mateo 10:30)