Uno de los
requisitos para ser discípulo de Jesús es “cargar con su cruz cada día” (Lucas
9:23). ¿Qué significa esto exactamente?
Muchos asocian la cruz del creyente a una
circunstancia difícil e incómoda que les toca sobrellevar; tal como un hijo rebelde,
una suegra entrometida, un conyugue desconsiderado, un empleo que no se
disfruta, o un jefe insoportable. Si bien situaciones como estas pueden
constituir un desafío a nuestra fe y poner a prueba nuestra integridad, no son “la
cruz” que estamos llamados a cargar como requisito para seguir dignamente a
Jesús.
En nuestro
caso, ser discípulo de Jesús no significa caminar de un lugar a otro con él,
como lo hacían los apóstoles, sino procurar asemejarnos a él, lo cual se logra
siguiendo su ejemplo y poniendo en práctica sus enseñanzas.
La cruz, en
los días de Jesús, era un método de ejecución usado por el Imperio Romano para
disuadir todo posible acto de rebelión contra su dominio. La muerte en cruz era
agobiante y muy lenta. Se dice que en ocasiones los condenados duraban días y
hasta semanas antes de expirar. También era un método terriblemente vergonzoso,
pues el reo era expuesto desnudo a la vista de todos.
Cristo llevo
una cruz y murió sobre ella haciéndose pecador en lugar nuestro lugar para así
satisfacer la justicia divina y expiar nuestra culpa. La cruz que debe cargar
el seguidor de Jesús, como la cruz literal e histórica, es también un
instrumento de muerte. Solo que, en este caso, lo que debe morir no es la
persona en cuestión, pues ya Jesús lo hizo en su lugar, sino las cosas que hay
en ella que le dificultan ser un buen discípulo, o sea un fiel imitador de
Cristo. En la medida que esas cosas van “muriendo”, el seguidor se parece más y
más a su Señor. Algunas de esas cosas podrían ser amarguras, resentimientos,
malas actitudes, rencor, egoísmo, envidia, y cosas por el estilo.
Cargar con “nuestra
cruz” implica, por lo tanto, un constante proceso de reflexión que, con la
asistencia del Espíritu Santo, nos lleve a identificar y posteriormente “hacer
morir” las ideas, actitudes, emociones y acciones que nos impiden crecer
espiritualmente hacia la estatura del Varón Perfecto (Efesios 4:13). Con la
ayuda de Dios y nuestro esfuerzo, estas cosas van a desaparecer gradualmente.
Por ello es necesario ser constantes y perseverantes en nuestro empeño por “crucificar”
todo lo que nos impida ser como Jesús.
“Y EL QUE
NO LLEVA SU CRUZ Y SIGUE EN POS DE MI, NO PUEDE SER MI DISCIPULO.” (LUCAS 14:27)